En mi método hemos trabajado con antelación cómo hacer una lista de intenciones e incluso le dedicamos una semana completa llamada la Intentions Week. Siempre es buen momento para hacer o revisar nuestra lista de intenciones y el árbol de los deseos. Sin embargo, sin importar cuántas intenciones agregues a tu lista, si no te haces consciente del valor de cada una estarás cada vez más lejos de lograrlas.

Ahora, valor es distinto a importancia. Casi siempre lo que vale también importa porque no son conceptos excluyentes, pero la importancia suele estar asociada a los que los “otros” consideran importante en relación con una escala social. Por el contrario, el valor genuino nace del interior, de lo que algo o alguien representa sólo para nosotros. Piensa en el valor sentimental que a veces le asignamos a objetos que a simple vista no parecen importantes. Lo mismo ocurre con nuestras emociones e intenciones. Puede que en tu lista de metas “hacer más ejercicio” figure como una de las más importantes porque racionalmente sabes que será beneficioso para tu salud, sin embargo, hasta que no le asignes un valor específico tus oportunidades de llevarla a cabo se reducen considerablemente.

Entonces, cómo asignamos valor a algo o alguien respecto a nosotros. Para mí, lo primero es establecer límites. ¿Estás consciente de cuáles son las cosas negociables para ti y cuáles no? Por ejemplo, para mí no es negociable mi rutina de meditación matutina, lo sé yo, lo sabe mi familia y aunque puede haber espacios para la flexibilidad, sé que no aceptaría voluntariamente ningún compromiso que me impidiera cumplir con esta disciplina.

Una vez que entiendes dónde están tus límites, de allí hacia adentro puedes establecer prioridades que es el segundo paso para asignar valor. Procura hacerlo en función de lo que te hará sentir mejor a largo plazo y no sólo lo que va a generarte satisfacción inmediata. Otro ejemplo: la fast food aparte de tener un valor nutricional pésimo no se corresponde con tus prioridades alimenticias si quieres mantener una vida saludable. Es más fácil caer en el mal hábito cuando no estamos claros en cuál es el valor que tiene para nosotros la buena salud.

Para asignar prioridades sólo pregúntate: ¿Qué vale más para mí? Tu alma siempre tendrá la respuesta adecuada. Escúchate.

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