Históricamente los seres humanos, especialmente en occidente, hemos aprendido a endosar la causa de nuestros problemas en terceros. Porque es más cómodo, porque nos evita dificultades y, en definitiva, porque podemos. Siempre podemos señalar a otro como el culpable de todos nuestros pesares. La gente dirá al pasar “pobre”, “qué mala suerte” o “¿supiste lo que le hicieron?” mientras nosotros seguiremos allí, victimizados, temerosos y pequeños. 

Buscar culpables, apuntar y juzgar hacia afuera es el obstáculo más grande que podremos encontrar en el desarrollo personal. Cuando tenemos el valor de encarar el dolor, cuestionar cada detalle y asumir la responsabilidad que tenemos sobre las conductas, acciones y patrones que nos causan sufrimiento estamos listos para hacernos cargo de nosotros mismos. Vaya paso: ser responsable por mí y por mis emociones. 

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Una vez que el velo se descubre, que salimos de la ignorancia sobre nosotros mismos y podemos ver la verdad de nuestras circunstancias, es cuando tomamos la decisión de sanar de raíz. Sólo en ese momento estamos realmente dispuestos a hacer todo lo que haga falta para romper con los paradigmas destructivos que nos han  llevado a ciegas a través de círculos viciosos de frustración, apegos, indiferencias y aversiones. 

Así pues, para sanar un corazón herido, el primer paso es la purificación, y nada purifica más que la verdad, la pureza de las cosas que salen a la luz y nos permiten tomar una bocanada de aire fresco para salir adelante. En esta etapa quizá creas que nada está resuelto porque el dolor persiste, porque te queda mucho trabajo por hacer, ahora que ya sabes que es tu responsabilidad y que vas a necesitar voluntad, coraje, honestidad, determinación y mucha disciplina. Pero gracias a este conocimiento ocurre un prodigio: por la fuerza de la verdad te llenas de esperanza, porque intuyes que hay nuevas posibilidades de ser feliz. 

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Bea Saez

BEA Method