Cuando vemos un niño nuestro instinto natural es cuidarlo. En ninguna circunstancia consentiríamos que le hicieran daño en nuestra presencia, ¿no es cierto? A la mayoría de nosotros nos inquietaría verlo triste, por ejemplo, o angustiado. Cuando estamos cerca de un niño, nuestro instinto nos llama a brindarle calidez. Entonces, ¿por qué no haríamos lo mismo con el niño que fuimos?

La botella que trabajaremos este año de maestros, B20 o Rescate del niño, nos invita a reencontrarnos con nuestro niño interior y, especialmente, a identificar su dolor para sanarlo. ¿Cómo? A través de una comunicación basada en el amor incondicional, porque donde hay amor no hay miedo.

Nuestro niño interior contiene todas las heridas de nuestro inconsciente, pero a su vez contiene la capacidad de amar y perdonar como sólo un niño puede hacerlo. Su esencia es también la de la dualidad: padre, madre, femenino, masculino, izquierda, derecha, interno y externo. Y su magia: la integración. Transitamos un camino de aprendizaje que finaliza en el equilibrio más auténtico: el nuevo yo.

Esta botella nos enfrenta a retos importantes: recuperar nuestra inspiración, olfato del alma, y seguirla, abrir los brazos al amor, dejar de cuestionarnos, juzgarnos o condenarnos y conectarnos con la intuición de nuestro ser, dejar a un lado el sabotaje, permitirnos confiar en nosotros y en el camino que hemos elegido, con constancia, con fuerza. Y lo más importante: aceptarnos, aceptar la sabiduría que nos viene del alma.

Si logramos superar los retos, sanar al niño interior nos ofrece liberar nuestro ser y alcanzar un estado de paz. Un niño interior sano aporta la reconciliación con nuestra intuición y la perfecta manifestación de esta en nuestra vida, así como la capacidad de cultivar sentimientos profundos por los otros, sembrar amor incondicional y recibirlo. Además, su energía está marcada por el optimismo y, al mismo tiempo, por una actitud juguetona para enfrentar la vida. La recompensa por nuestros esfuerzos será también abrir nuestro corazón a la compasión.

A nivel espiritual, el niño interior es un contacto directo con la esencia de nuestro alma, nos conecta con esa energía vital. De su mano podemos transitar hacia nuevos comienzos, más auténticos, que dejen atrás las desilusiones del espíritu. La integración de las partes es otra de sus bendiciones porque, a través del amor, todo lo transforma.

El trabajo con nuestro niño interior, a nivel mental, nos permite resolver los problemas que arrastramos desde la infancia, nos ofrece el equilibrio de nuestras energías femenina y masculina, pero, aún más importante, nos encamina hacia el éxito en el área que realmente anhela nuestro corazón.

Por último, en el nivel emocional, la sanación del niño interior transforma nuestros patrones emocionales: nos permite dejar atrás la sensación de falta de amor o necesidad y aporta una calidez que emana, como no podía ser de otra forma, del amor incondicional.

Sanar a nuestro niño interior, ese núcleo espiritual, es el camino para purificar nuestra relación con nosotros mismos y con los otros. Recuerda que antes de sembrar, es necesario cultivar la tierra: todas las raíces van a su centro y todas provienen de él.

Este año, uno maestro en el amor, estaremos trabajando el niño interior y cada una de las fases del ser humano -infancia, adolescencia, adultez y sabiduría- para poder trascender la dualidad y llegar a la integración total de nuestro potencial más puro. Sanar nuestras etapas para dejar de ser niños y convertirnos en los reyes de nuestra vida.

¿Qué mejor momento que con el nuevo ciclo emocional del año nuevo astrológico?

Con amor,

Bea.-