Generar vida, la gran misión y bendición de cada mujer. La maternidad es el proyecto mayor, en el cual,  la semilla que yace en el vientre encierra todo el potencial de una gran transformación y crecimiento interno.

Aún con vívidos recuerdos de mi embarazo, cuando tan solo pasaron los tres primeros meses de gestación tuve mi primer despertar. Allí descubrí y aprendí a escuchar una voz interna que me guiaba y acompañaba dándome el confort, la respuesta y la paz de que todo estaba bien. Fue el conductor, el mediador de las primeras conversaciones con mi pequeñita. La voz de mi intuición se agudizó a un nivel que modifique mi alimentación, mis actividades, mis días y noches alcanzando una armonía entre mi bebe y yo.

El nacimiento, fue tan rápido y gentil que se convirtió en una danza de dos, desbordando alegría ante su presencia. Esa chiquita tan perfecta, tan única, tan mía. En ese instante aprendí algo maravilloso, aprendí a DAR. Dar a luz , Dar de comer de mi pecho, de mi leche sagrada, al nuevo SER. AMOR Y SERVICIO puro e incondicional.

En sus tres primeros años, aprendí la paciencia, la metodología de enseñar siendo ejemplo. Pero quizás lo más importante aprendí que se aprende paso a paso y en su justa medida. El primer bocado, la primera sentada, el primer pasito, la primera palabra y en el intermedio un poco de telepatía, actuación, canto y mímica.

Y es que la creatividad se convierte en el mejor recurso y gracias a Dios, me convertí en artesana, costurera, pintora, calígrafa, maestra, amiga, chef, administrador, emprendedor, aventurera, enfermera, juez, consejera, coach, healer, cómplice, detective, diseñadora, adivinadora y  finalmente: en MAMÁ.

La gran lección fue aprender a escuchar,  a observar y  a ponerme en los zapatos de mi hija para ser un intérprete y facilitadora de sus necesidades, afectos, deseos y sueños. Apoyándola aunque tuviera que inventarme un nuevo rol. Y así mi princesa dio el estirón, casi como el que tuve yo al intentar con todo mi ser convertirme en una BUENA MADRE, es más, ser la mejor, por lo menos para ella. CRECÍ a galopes.

Hoy mi pequeña es una mujer. Han pasado 26 años, y en los últimos años me ha enseñado el arte del DESAPEGO. Porque no se trata de dejarlo ir y ver cómo hacen su vida. Es el arte de disfrutar ver cómo caminan con sus propios pies, tomando sus propias decisiones. Observar cómo procuran y concretan sus sueños y deseos. Ver cómo vuela con la ligereza de su juventud y cómo danza en la vida con principios y valores; con profundidad y madurez; con la desfachatez y la irreverencia. Delante de ella: una vida llena de posibilidades.

Todo eso me hace HOY completa, la satisfacción de la misión cumplida, no sólo por lo que mi hija es hoy, sino realmente en lo que me transformé yo gracias a su despertar en mi vida. En lo que me enseñó y me sigue enseñando. He aprendido la plenitud, lo sagrado, lo incondicional y la grandeza. Le dio sentido a mi vida y hoy vivo una vida llena de significado.

Ya en vísperas del Día de las Madres, quiero honrar a mi madre, ya que sin ella no existiera, y sin su ejemplo, sumado a todo lo que me dio y me sigue dando, hoy no estaría contando esta historia. A mi hija, por ser el motor, el más profundo de los afecto y la inspiración para ser mejor mujer y madre.

Felicidades a todas las madres en su día. Reciban un abrazo lleno de experiencias, de crecimiento y de alegría que enriquecen y renuevan la existencia cada día.

Bea Sáez.